Seguramente escuchaste muchas veces la expresión “dejar que fluya”. La misma forma parte de un repertorio actual cargado de mandatos de felicidad, liviandad y espiritualidad, a menudo planteados de manera superficial.
Si bien no necesariamente es algo negativo, su uso simplista y repetido puede generar una falsa idea: que solo con pronunciar o seguir este consejo podremos relajarnos, disminuir la ansiedad o resolver conflictos internos.

El lado positivo de dejar fluir
Existen situaciones en las que dejar fluir puede resultar saludable. Dar lugar a una emoción sin forzarla, permitirse sentir sin juzgar o aceptar un proceso puede ser un camino hacia el alivio.
En ese sentido, la idea de soltar y permitir que las cosas encuentren su curso puede ayudar a reducir la tensión, dar espacio a la paciencia y abrir la posibilidad de trabajar emociones con mayor calma.
Cuando dejar fluir puede convertirse en evasión
Sin embargo, “deja que fluya” no siempre es una herramienta constructiva. En algunos casos puede transformarse en un recurso vacío o incluso dañino, ya que:
- puede llevar a la pasividad, evitando actuar en situaciones que requieren decisión,
- favorecer la evasión frente a conflictos internos,
- puede implicar repetir de manera inconsciente escenas, elecciones o resistencias que impiden un verdadero cambio.
En este sentido, dejar fluir sin reflexión puede convertirse en lo opuesto al análisis: una huida costosa que bloquea la posibilidad de trabajar sobre nuestros padecimientos.
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Soltar sí, pero con conciencia
El desafío no está en sobreanalizar cada experiencia, ni en obsesionarse con dar un sentido a todo. Tampoco en dejarlo absolutamente todo librado al azar bajo la consigna de “dejar fluir”.
La clave está en encontrar un equilibrio: soltar aquello que no podemos controlar, pero al mismo tiempo implicarnos en lo que sí podemos trabajar, para no caer en la pasividad ni en la evasión.
Conclusión
La expresión dejar fluir puede ser un recurso valioso cuando se usa con consciencia, pero también puede funcionar como una trampa si se convierte en una manera de escapar del análisis, de la responsabilidad y de los procesos personales.
Más que un mandato, se trata de una invitación a reflexionar sobre cuándo conviene soltar y cuándo es necesario implicarse para transformar lo que nos afecta.

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