Los ataques de pánico – a veces también llamados ataque de angustia o crisis de ansiedad- son episodios de miedo, temor o un intenso malestar que aparecen de manera repentina cuando realmente no existe un peligro real –o al menos no hay una causa aparente o evidente para sí o los demás-. Se producen de manera súbita y generan reacciones o ciertas manifestaciones físicas en quien los padece, que se acompañan de gran pánico y sensación de pérdida de control, catástrofe o de la idea de que se está a punto de morir.
En muchos casos, el episodio de ataque de pánico dura sólo unos minutos, y suele relacionarse a alguna cuestión que está aquejando al sujeto en el ahora por lo que su resolución dependerá en parte en que resulte de esa situación estresante. Sin embargo, en otros casos se trata de episodios más recurrentes –clínicamente nombrados como trastornos de pánico– que probablemente tengan que ver con algo más estructural en la historia de esa persona. Ante estos casos, más allá de que no haya un peligro real o riesgo de vida, es importante realizar acompañamiento y tratamiento, ya que ante la reiteración del miedo, el sujeto probablemente comience a aislarse y esto obstaculice su inserción o desempeño en diversos ámbitos y con diversos vínculos, tales como el social, laboral o familiar.
SINTOMAS
Los ataques de pánico suelen tener muchas variantes y de hecho podríamos pensar que no hay dos personas con la misma manifestación del ataque de pánico. Sin embargo hay síntomas comunes, y según la OMS, para realmente hablar de un ataque de pánico, la persona debe haber padecido al menos cuatro de los siguientes signos o síntomas de aparición súbita, sin motivo aparente y de pocos minutos de duración:
sensación de peligro o fatalidad inminente, miedo a perder el control o a la muerte, taquicardia y palpitaciones, sudor, temblores, opresión en la garganta, escalofríos, sofocos, náuseas, calambres abdominales, dolor en el pecho, dolor de cabeza, mareos, sensación de desvanecimiento o desmayos, sensación de entumecimiento u hormigueo, sentimientos de irrealidad o desconexión.
Es importante destacar que los síntomas suelen alcanzar su punto máximo en cuestión de minutos. Luego la intensidad de los síntomas comienza a disminuir, pero quien ha padecido esto, en los momentos posteriores, suele sentirse exhausto y fatigado.
CAUSAS Y TRATAMIENTOS POSIBLES
Muchas veces, a medida que los síntomas se reiteran o se hacen más frecuentes, la persona puede optar por evitar salir, tomar transporte público, manejar un auto, etc, por miedo a que un nuevo ataque avenga, centrándose así sólo en la manifestación somática más que en la vivencia personal que inició todo.
Hasta este momento los científicos dedicados a esta clase de estudios no han podido saber exactamente cómo sucede o por qué algunas personas son más susceptibles a padecer o evidenciar ataques de pánico, que otras. Sin embargo existen diversas teorías, entre ellas las que consideran que lo hereditario seria un factor central. Por otro lado, existen factores fisiológicos objetivos y alteraciones bioquímicas que podrían activar los ataques, entre ellos la hipotensión, la reacción hipoglucémica y la hiperventilación.
Más allá de eso, todas estas posibles causas se avocan sólo al plano descriptivo, es decir a pensar al ataque a partir del síntoma, y a tomar el tratamiento como el camino para suprimir el síntoma, ya sea mediante la ingesta de medicamentos, o con terapias enfocadas sólo en eso.
Una perspectiva psicoanalítica
Insisto, en que además de pensar en la supresión del síntoma, habría que pensar en qué contexto vivencial se dieron o comenzaron a manifestarse los ataques de pánico, para así pensar en la vida psíquica del paciente, y paulatinamente relacionar eso con la angustia, con eso verdadero que a través del cuerpo, expresa lo que las palabras no pueden decir.
Tengamos en cuenta que la muerte está siempre presente en el pánico, ya que la irrupción brutal del ataque se acompaña de la idea de la propia muerte, que siempre resulta angustiante por su propio carácter enigmático. Por eso es necesario pensar en la intensidad de esa angustia generada, y entender que no se trata de acallar o adormecer a la angustia ni a esos síntomas –como el discurso farmacológico propone- sino de cuestionarla y comprenderla.
Justamente por eso, es necesario situar esa experiencia, esa escena de pánico en algún sitio dentro de la historia de vida del paciente y en otro registro, distinto del tratamiento farmacológico, ya que la medicación sólo puede, en ciertos casos, acallar al síntoma, pero no logra culminar con los pensamientos obsesivos ante la posible nueva crisis.
Que el principal objetivo de muchos tratamientos sea justamente el de acallar al síntoma y al malestar adicional, se corresponde con ciertas exigencias de nuestra época –porque los ataques de pánico nada tienen de nuevo, de hecho el mismo Freud estudió esto, desde la idea de la crisis de angustia-, época en la que los mandatos sociales parecieran exigir sólo perfección, exhibición de lo bello y estético –por ejemplo en redes sociales- y ocultar aquello imperfecto, aquello que hace ruido.
Tal vez, la gran tarea del psicoanálisis es y será, la de cuestionar e interrogar esa presión y esa posición inicial del sujeto consultante, para poco a poco mediante la posibilidad de la escucha, lograr que sea el propio sujeto quien se escuche, y por ende, pueda devolverse palabras, allí donde el mismo silencio, alojó al pánico.
Por Marianela Santillán